Patricia entró en la habitación en ese mismo momento, cuando la palabra «infarto» seguía flotando en el aire y se nos quedó mirando, sorprendida. —Tu madre me ha dicho que —y cómo me gustaba ese acento que los años en chandal españa 2022 no habían conseguido limar por completo— no dormirás en casa hoy. —Patricia lleva siete años casada y aún la critica por cómo manda a la chica que le planche la raya de los pantalones del uniforme de los niños. Y es normal: tú eres una chica preciosa, una monada, y él es un bombón. —¿Y la chica rubia? —¿Por qué te llama Ortiz? —¿Con cuántos has follado? —¿Nunca has follado con un amigo? Nunca concretaron fecha. Ella ahora estaba casada con un piloto, amigo suyo de la infancia, con el que tenía una niña… de la que Filippo era padrino. Al parecer, dormir en mi casa con mi futuro marido, la noche antes de la boda, era muy mala idea. —A Idoia no tengo ni idea de qué le gusta de mí.
Admito que al principio… ni siquiera creí que estuviese ligando conmigo; era demasiado para mí. Tres vasos de tubo llenos de hielo aparecieron frente a mí en la barra y una mueca de horror me partió la boca en dos. Tenía treinta y tres años. Por aquel entonces yo no tenía pareja como tal, pero «quedaba» con un chico que conocí años atrás en el máster. Fue, para mí, un flechazo, como dicen los cuentos que nacen las historias de amor. Yo, que lo reflexionaba todo durante días, que hacía listas sobre pros y contras y acopio de información a veces durante meses, le pregunté si quería subir. Miré, lo admito. Miré, sobre todo, cuando se echó por el vientre, donde la línea de vello se internaba en el bañador. No obstante, a pesar de lo frugal del desayuno, el té se quedó sin beber sobre la mesita de noche.
La ansiedad de la noche anterior se había instalado dentro de mí; era como tener un ladrillo haciéndose sitio a través de las vísceras. Era mejor dormir en una de las habitaciones del parador donde iba a celebrarse el enlace… a ochenta kilómetros de Madrid. Un parador con unos jardines preciosos, famoso por el catering que servía la cena, con una puesta de sol increíble…, pero deficiente en sus catres, por cierto. Sería cosa de las gafas de sol. Se escuchaba el rumor de las conversaciones y las carcajadas. Me mandó un mensaje avisándome de que me recogería en coche en la puerta del hotel a las once y yo… puse mala cara; me pareció que estaba intentando impresionarme con un despliegue de lujo. Asintió, sonriente, y caminó hacia la puerta. La pobre luz de aquel momento del día entraba por los grandes ventanales de la planta baja, donde estaba mi habitación.
Vamos a darle unos minutos, a dejar de opinar y que ella sola vea la luz. Ella llevaba un short vaquero cortísimo, una blusa blanca anudada a la cintura y medio abierta a través de la que se veía un sujetador negro de encaje. Me hizo probar de todo: vino, quesos, fiambre, un bocadillo de mortadela trufada, una sopa que estaba increíble y unos crostini. Hay que cumplir con el protocolo social. Los capellanes castrenses portarán la prenda de cabeza que se corresponda con la uniformidad del Ejército que le proporcione el uniforme. Así que además de dormir poco y mal, tenía la espalda entumecida y me daba la sensación de moverme con la elegancia de un pollo asado rodando sin cabeza con un palo insertado en el recto. Apreté un poco su palma cuando me di cuenta de que, de alguna manera, aquella era la primera de muchas fiestas en las que tendría que fingir que me apetecía estar.